Brote de flor roja








Abre su vida como una puerta y me hace pasar. Yo entro despacio para no espantar sus palabras que se precipitan como un pequeño manantial, como un arroyo, como un río cada vez más grande. Yo veo el agua subir, me moja los pies, las rodillas. Me empapo de verdad, de testimonio, de palabras como ofrenda, como regalo deseado, como premio inmerecido. Yo le abro mi puerta y le digo cómo diablos es que llegué hasta ahí. Le cuento lo que es sentir que podría ser buena idea no tener la cara que uno tiene para que nadie te pregunte nada, lo que se siente cuando todos se ríen de uno, cuando te apuntan, cuando te dicen y te escriben tantas y tantas cosas que no mereces.Le cuento que la imagen que se destruye ( y con eso también una parte de uno) se recupera a la vez, por el mismo camino que se pierde: por otra imagen, por una foto, por una simple foto, una foto que cura. De algún modo nos parecemos, fuimos apuntadas, señaladas, tuvimos que estar alegres estando tristes, tuvimos que salir adelante a la carrera. Pero ella es más valiente que yo. Su cuerpo tiene huellas de dolor y me muestra las cicatrices y las formas hablan sin palabras. Cada forma y razguño la hacen inexplicablemente más bella. No conozco las palabras que podría teclear para explicarlo. Me dice que las palabras marcan, más que los bisturies. Me cuenta que aprendió a caminar como los demás, aprendió el idioma del cuerpo que los otros usan para no desentonar, para no tener que explicar una y mil veces la maldición del cuerpo que se salió del molde. Yo le digo que no hay nada peor que tener que "no ser uno" para poder "ser", que nadie lo merece, que es un castigo despiadado, el que más duele y que es por eso que estoy sentada delante de ella, con un racimo de mis historias que nada son comparadas con las suyas. Su cuerpo es una lección, .una bella lección, al menos para mí.







 




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