Espalda erguida de metal noble




Si su espalda fuera un ventanal transparente, una daga metálica y recta se vería abrazando su columna. El corset de músculos, en su caso, era laxo, lánguido mantenía la espiga de su cuerpo. El metal atravesando su cuerpo le dio esa postura, en la anatomía y también en la forma que mira a los ojos a la vida. Quedó atrás el tiempo en que preguntaba por qué. Ruedas, piernas, qué diablos, lo importante para ella es avanzar y lo hace. Analiza las escenas y el rol de los cuerpos en los tableros sociales con lucidez y también con dulzura. Yo la miro cuando habla de lo que es, de lo que sueña, de lo que supone y así conversamos como si desde siempre hubiéramos estado sentadas juntas. Le digo que él llegará pronto, que es bello, que es dulce, aunque él mismo literalmente no lo pueda recordar. 

Es hijo de mi amiga quién también de alguna forma es mi madre, porque cada vez que se me aparece el vacío o el desespero, ella está ahí para zamarrearme. Yo le explico, ella entiende, él llega. Ella le sonríe y le dice que es solo una foto, que lo van a pasar bien. Yo sonrío, le pido a él que se desabroche su camisa. Ella dulce le dice que separará sus piernas, esas que no caminan, que se siente delante de ella, que ponga sus manos en sus rodillas. Luego ella saca su polera, lo mira a los ojos, como miran las mujeres cuando aman. Él también la mira, como miran los hombres que saben que irremediablemente terminarán amando a quien tienen delante. Pero solo es un juego, un juego lindo. La cámara impertinente se pone sobre ellos para registrar el momento, como si fuera la máquina de la memoria, destinada a agarrar con desenfreno lo que ojalá él nunca pudiera olvidar. Fotografía: Luis Hidalgo.

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