Las formas de ser bella




Después de esto no volveré a ser la misma. Seré tan otra que no reconoceré ni mi cuerpo, ni mi forma. Yo, la de siempre, desapareceré. No podré tener hijos. Ya nada será igual, me tendré que inventar distinta, diferente, deberé aprender a trazarme una nueva vida.

Hace unos minutos había llegado caminando a una pieza de hospital y en un segundo el algodón con alcohol buscaba venas, ya estaba tendida, habían tubos, aparatos, enfermeras y sábanas sin flores. 

Las palabras caían sobre ella como cascada de agua helada, tan rápido, tan frías, una a una sobre su espalda, sobre su pecho, sobre su corazón, sobre todo sobre su corazón.

Infructuosamente escuchaba el mensaje fuera de sí, parecía no estar ahí. De pronto se le apareció el camino  recorrido permeado de diagnóstico: sus sueños, sus planes, ni tan corto, ni tan largo para quien se dedica a contar las vueltas que la luna tarda en  rodear la tierra o que se yo, para quien cuenta los granos de arena de un reloj. 

La leucemia se cruza en el camino, nadie lo elige, nadie camina hacia ella, se aparece: punto. Qué hacer con ella en la sangre, en cada centímetro de las venas? Es lo que ahora debía pensar. Pensar y sentir, sobre todo sentir. Cuánto de lo que tengo se desmoronará? Cuánto de eso hará florecer una nueva vida del todo merecida? De ahí veré, por ahora la tarea es salir adelante, aunque adelante suene más difícil que otras veces.

De flores y cardos, así son los caminos. Se agradece la dulzura recibida en la aflicción, el desvelo que acompañó en la noche oscura, pero se asumen los tránsitos, lo que se despega, lo que se queda en la senda.

Qué es lo bueno y lo malo de la historia? Nunca se sabe, la vida es extraña, modifica, nos revuelca, todo se transforma. Hasta del fango crece la flor de loto, se florece cuando menos se espera, mientras esa sangre color de pétalos siga recorriendo el cuerpo entero y atravesando el corazón.

Así su cuerpo se inventa y se acomoda, se despliega impertinente ante la inclemencia, se abre paso testarudo, extiende sus brazos y siente los rayos de sol de un sábado cualquiera, caer luminosos sobre ella, reconfortando, como si fuera una buena noticia, una que esparaba.

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