La que enamora a la manada









Calabaza es la más sensible de la manada. Fue la primera en llegar a la pieza cuando ella se desparramó sobre la cama abrumada de diagnóstico. Con sus patitas peludas la tocaba, gemía, ladraba: sabía que algo pasaba.

Nada le dolía, ninguna razón para asistir al doctor más que esa rara repulsión repentina al olor de la carne cocinada en todas sus formas. Absurdo, pues eso no es ni nunca ha sido un síntoma del cáncer renal.

Pasan a penas meses y ella ya tiene un riñón menos. Tampoco le dolió la operación, ni el vacío del órgano.

Hace años un viejo amor se había alejado de su ruta, nunca más supo de él, pero sin saber siquiera donde ubicarlo, ella agradece la coincidencia extraña: él le había comprado un seguro contra el cáncer en una fundación, lo siguió pagando, él no sabe que ella lo ocupa. Se cruzó en su vida sin saberlo para al menos aliviar el dolor de las cuentas médicas tan caras cuando se está a la deriva.

Las células cancerígenas se han esparcido más allá de los bordes, llegaron al cerebro, metástasis esparcida. Ella tiene unos ojos tan bellos y brillantes. Son los mismos que temprano se abren para salir a pasear a sus seis perros a las cinco de la mañana día por medio, los mismos días que va a trabajar al hospital, ayudando a personas aquejadas por su propio mal.

Ella camina con ellos por su calle, les habla con dulzura y ellos obedecen cada una de sus órdenes. Un árból torcido le regala sombra bajo un cielo tan inmenso. Ella es la líder de la manada, la que se alimenta del amor perruno, la que se acurruca entre ellos.

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