El beso del ángel con labios negros



Dormía la doncella. Reposaba sobre la cama la jornada dura de trabajo del salón donde cuenta a los niños la historia del mundo. La historia se aprende para que aquello que falló, que provocó daños irreparables, jamás se vuelva a repetir.

En el letargo, en la placidez del reposo el ángel con boca negra la vio irresistiblemente bella. Ese ángel no besa mujeres jóvenes, al menos eso dicen las estadísticas de los señores que cuentan a las mujeres con diagnóstico, pero el ángel no lee informes ministeriales, nada de eso sabe.

 Sin más preámbulo se acerca a ella y besa con su oscuridad la punta del pezón de la bella joven. Ella despierta del dolor, mira la punta de su pecho y ya no tenía el mismo color. El rosado se había vuelto pálido, casi blanco, al borde de la transparencia. 

Doncella dice que le duele, que sabe que algo no va bien. El doctor dice que es una dermatitis, la familia dice que no se preocupe, pero a ella le resuena una palabra posible: cáncer. 


La palabra sobre sus labios activa las acciones necesarias para salir adelante. Caen sobre ella todos los tratamientos, se refugia en las invocaciones, en el teatro, en la creación, las conexiones con los ancestros, en los mantras protectores. 
El quirófano la despoja de las huellas del beso oscuro impertinente. El bisturí no deja rastros del ángel malintencionado. Las manos cirujanas acomodan la forma, procuran borrar los rastros. 

Quiero que mi foto sirva, me dice. Le pido que se sienta bella, que muestre su forma, que se tienda sobre el sillón. 

Ella accede, ella posa, ella se hace bella, bella de cuerpo, bella de historia, bella en su entrega.

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