La lloica del pecho cicatrizado

El pájaro que más le gusta del parque es la lloica, la que tiene el pecho rojo. La leyenda dice que la sangre de un hombre al que salvó la bella ave se quedó en su plumaje para siempre. Escarlata la pechera es una medalla por la buena obra. 

No todos los pechos tienen marcas que se originan de esa forma, no el de ella. 

Su pelo ha crecido plateado, bello marco para la piel de su cara que habla con sonrisa. Él camina con ella de la mano. Me dice, verdad que es bella, ella no me cree. Es la más linda y también tiene buen gusto: me eligió a mí. Llevan 35 años juntos.

Él se enamoró de ella en el tren que lo llevaba a Rengo, ella iba con un pantalón blanco. Están en el parque que aman, el que han recorrido juntos, como la vida. Está lleno de flores, pero también de asfalto: la laguna está seca, lunar gris en medio del pasto, piso rugoso cruzado por un hilo de agua que promete una laguna que ellos recuerdan, una que se llenará nuevamente, así, como el alma llena nuevamente el cuerpo cuando le dicen que la biopsia salió buena. 

Tienen solo una hija que será meteoróloga: ella de seguro ya sabe anunciar tempestades, ella de seguro sabrá de días templados. Se besan y se rozan ante el lente. Se alegran como si la foto fuera la graduación de un curso que les costó aprobar. Ella selecciona las locaciones, elige lugares llenos de flores que cantan primaveras después de este frío invierno. 

Nos lleva al puente, se tiran al pasto, se abrazan y besan tendidos, se acuerdan de otros pastos, de otros cerros, se ríen cómplices. Ella enamora al lente, su belleza se queda pegada a él, como las buenas noticias.

El fotógrafo le muestra el registro en el visor, ella lo mira y llora. Agradece como si hubiera recibido un regalo esperado, un regalo necesario. Él también se emociona. Nosotros lloramos con ellos. El ojo celeste aguado del fotógrafo le saca fotos a la lloica, a la otra, a la del pecho cicatrizado.